"La nueva película de James Cameron presenta una nueva forma de utilización de la tercera dimensión en el cine. Una experiencia sensorial única."
Al salir del cine, después de ver Avatar, uno entiende que James Cameron tuvo la idea de filmar esta historia desde hace años, y no la pudo concretar antes por no haber tenido la tecnología adecuada. También está la sensación de alivio ante tamaño despliegue visual (es casi una bendición la salida a la desierta Buenos Aires de enero, por más que el calor haga extrañar el aire acondicionado del cine de inmediato), y la confirmación de que el dinero invertido (no olvidar que muchas veces el periodismo no paga, y el periodista sí) tuvo una retribución artística perfecta:
No suelo ser muy fan del cine 3D: por mi miopía, el hecho de tener que ponerme un par de anteojos por sobre los habituales que uso suele ser algo muy incómodo. Por eso, dudé acerca de que versión de Avatar ver: la tradicional o la 3D. Pero imaginaba que en este caso, y por tratarse de Cameron (¿cómo olvidar ese efecto "gelatinoso" en Terminator II, o el momento en el que el Titanic colisiona con el iceberg, por citar sólo dos enormes momentos de su trayectoria?), el esfuerzo del cristal sobre el cristal valía la pena.
La película de James Cameron supera la barrera psicológica de los mil millones de dólares en taquilla
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