Martin Gardner, el escéptico incansable « magonia « Blogs El Correo



"Más allá del cálculo, estoy perdido". Martin Gardner aseguraba que el éxito de la columna sobre juegos matemáticos que firmó en la revista Scientific American entre 1957 y 1981 se debía a sus escasos conocimientos de esa disciplina. "Me llevaba tanto tiempo entender aquello sobre lo que escribía que aprendía cómo escribirlo para que la mayoría de los lectores lo entendieran. Si hubiera sido mejor matemático, no podría haberlo hecho". Su muerte hace una semana, a los 95 años, ha dejado a las matemáticas sin el hombre que las hizo atractivas para decenas de miles de personas en todo el mundo y a la ciencia sin su principal defensor ante los embates de la sinrazón.

Martin Gardner nació en 1914 en el seno de una familia acomodada en Tulsa, Oklahoma (EE UU). "Cuando crecí en Tulsa, se la llamaba la capital petrolera del mundo. Ahora, se la conoce por ser el hogar de Oral Roberts (un teleevangelista). Eso demuestra hasta qué punto Tulsa ha ido cuesta abajo". Su padre era un geólogo petrolero panteísta; su madre, una devota metodista; y la escuela dominical echó al niño Martin en brazos del fundamentalismo creacionista de George McCready Price, quien postulaba que todos los fósiles databan de tiempos del Diluvio. "Esto causó a mi padre una gran angustia", recordaba hace nueve años.


Fascinado desde la infancia por el ajedrez, el ilusionismo y el mundo de Oz, creyó que la Biblia era la palabra de Dios y dudó de la validez de la teoría de la evolución hasta la adolescencia. "Los cursos de Geología y Biología en la Universidad de Chicago abrieron mis ojos a las evidentes falacias de los libros de Price". Entonces, decidió no volver a aceptar ninguna afirmación extraordinaria sin saber lo suficiente de la disciplina científica implicada.
Junto con sus amigos Isaac Asimov y Carl Sagan, fundó en 1976 el CSI -entonces CSICOP-, una organización dedicada a la denuncia de la pseudociencia en la que se volcó una vez que abandonó su columna sobre matemáticas en Scientific American. "Los científicos y los que escriben sobre ciencia tienen la obligación de denunciar los errores de la falsa ciencia, sobre todo en el campo de la medicina", decía. Buena parte de sus textos sobre pseudociencia pueden leerse en español en sus libros La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso, La nueva era,Extravagancias y disparates y ¿Tenían ombligo Adán y Eva?.

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